El otro día escuché un monólogo sobre "tener proyectos". Más o menos venía a decir que cuando no tenemos nada mejor que hacer, decimos "tengo proyectos a la vista" con objeto de no concretar nada porque no hacemos nada con nuestras vidas. Proyectos. Pues mira, precisamente creo que en eso consiste vivir, en tener proyectos.
Porque ¿qué ocurre cuando no se tienen metas, objetivos que lograr o no lograr? Que menudo plan. En el fondo, siempre hay algún proyecto a corto plazo: poner la lavadora, comprar puerros, conseguir entradas para aquella película... El día a día, vaya. Pero los importantes son los proyectos a medio y largo plazo, los objetivos gordos. Elegir bien el coche que te compras, lograr exponer en una galería de arte, no descender de categoría en un deporte, afianzar una relación de pareja, conseguir una hipoteca, montar una empresa, sacarte las oposiciones o hacer un viaje que llevas queriendo hacer toda la vida. Y puede que algunos de esos proyectos no se logren, pero sería mucho peor no tener ninguno, ¿no? Y es curioso, porque todos los proyectos cuestan esfuerzo, no son como la lotería, pero los necesitamos (y algunos tienen bien pocos, la verdad).
El último año he tenido varios proyectos en mente y más o menos han salido la mitad de los planeados. No está mal. Algunos fracasos acaban siendo un tanto dolorosos: me viene a la cabeza, por ejemplo, el hecho de que el proyecto —nunca mejor dicho— educativo de 2º de ESO no ha salido como yo esperaba. Tampoco ha salido mal, pero a veces vertemos sobre los proyectos unas expectativas tan altas que todo lo que no sea llegar a ellas se ve como una pequeña falla en la consecución. Pero también es cierto que de esos pequeños fracasos sacamos conclusiones para 1) mejorar el proyecto siguiente o 2) dejar de poner esfuerzos en ese y pasar a otro.
En esas me encuentro con la novela en la que estoy enfrascada ahora. Sé que escribo este post para evitar repasar el primer capítulo. También voy a poner unas lentejas por lo mismo, seguramente ordene la mesa y puede que incluso planche a pesar de que casi nunca lo hago. Y creo que esas pequeñas procrastinaciones no aparecen para evitar el trabajo sino para evitar empezar a ver en el horizonte un potencial fracaso. La diferencia es importante.