escribir y borrar
Escribiendo relato me ha pasado algo que nunca me había pasado escribiendo un post. Tampoco me había ocurrido tanto en años anteriores, pero este año, cuando más tiempo estoy dedicando a escribir, me doy cuenta de que también más tiempo estoy dedicando a borrar. Es una lucha interna que tengo casi a diario cuando miro un borrador: soy consciente de que me tengo que quedar con lo que funciona —porque ya lo identifico más o menos bien— y descartar lo que no, por muy bien escrito que me parezca que está. Y esto es algo desalentador, agotador y casi trágico cuando escribe.
Claro que habrá escritores que apenas borren y reescriban. Creo que la mayoría de ellos no ponen mucho empeño en lo que hacen, escriben porque todo el mundo sabe escribir, como todo el mundo sabe cantar, pero hay una diferencia enorme entre escribir y escribir bien. Los habrá que no revisen demasiado y escriban de maravilla, por supuesto, pero son mínimos y, desde luego, yo no pertenezco a ese grupo. Es más, cuando acabo un primer borrador siempre me parece que los demás lo habrían escrito mucho mejor, que soy más torpe que nadie, que tendré que dedicar mucho más tiempo que el resto a reelaborar las ideas, el tono, la estructura... Es una sensación falsa, claro, aflora ante la inseguridad de las primeras versiones y, poco a poco y tras varios días, uno acaba viendo que esa historia va tomando forma, gana en matices, en simbolismo y significado. Pero hay que llegar al cuarto borrador para verlo y muchas veces no se llega. Ayer leí "Escribir y reescribir", de Gloria Fernández Rozas. Es un libro fenomenal para iniciarse en la escritura (y revisión) de textos literarios, en especial relato, que se complementa muy bien con "La práctica del relato" de Ángel Zapata. El libro de Gloria tiene dos cosas que me parecen fundamentales para empezar a mirar nuestros textos con cierta objetividad y tratar de mejorarlos: por un lado, trata aspectos básicos que, a veces, hasta los que llevamos un tiempo escribiendo pasamos por alto (tiempo, narrador, voz, tono, inicios, desenlaces, personajes, estructuras, verosimilitud, atmósfera...), dando ejemplos bastante claros de cada uno; por otro lado, al final de cada capítulo subraya los errores más comunes en ese tema que ella ha ido viendo a lo largo de muchos años de talleres literarios. Al final, además, aparece un primer borrador de un relato y cómo la autora lo deja reposar varios días buscando sus carencias y aciertos, que también comenta. Después podemos leer un segundo borrador en el que solo mantiene el nombre del protagonista y la última frase del relato; todo lo demás ha sido modificado al completo, manteniendo una idea del primero que había conseguido redondear en su cabeza, incluyendo otras cosas que reforzaran la trama, podando lo que sobraba y, por último, corrigiendo rimas, frases mal expresadas y gramática. Nos indica que tras ese segundo borrador tendría que venir un tercero (que es al que realmente habría que hacer esa última corrección) y, también, que uno tiene que saber dejar de retocar la criatura. Destaco especialmente el capítulo sobre borrar y reescribir. Ha extraído citas de algunos autores conocidos y su relación con las tijeras literarias que hacen que no me sienta tan mal cuando tiro a la basura varios días de trabajo. Algunos han tirado meses y ahí están, en lo más alto, precisamente por haber sabido recortar. Pongo aquí debajo los ejemplos que más me han llamado la atención: "Pongo del revés las frases. En eso consiste mi vida. Escribo una frase y, después, le doy la vuelta. Luego, la miro y la vuelvo a poner del revés. A continuación, como. Seguidamente, vuelvo y escribo otra frase. Luego, me tomo un té y doy una vuelta a la nueva frase. Después, leo las dos frases y les doy la vuelta. Luego, me tumbo en el sofá y pienso. A continuación, me levanto, las tiro a la papelera y comienzo desde el principio. Y, si dejo esta rutina durante un día, me desespero de aburrimiento y por cierta sensación de pérdida de tiempo". Philip Roth. "Escribir es una tortura". Joseph Conrad. "Escritor es aquel a quien escribir le cuesta más que a los demás". Thomas Mann. "Al iniciar la escritura de un proyecto de ficción es horrible, es como sentarse en la silla eléctrica. El escritorio me produce una repugnancia espantosa. Es muy desagradable. Me doy cuenta de que estoy inventando pretextos para demorar el momento fatal de ir a sentarse ahí y enfrentarse a eso". Mario Vargas Llosa. "Cortar ha sido siempre lo más difícil y desagradable en mi trabajo de escritor; siempre he tendido más a alargar que a cortar. Además mi capacidad para criticar mi propia obra había quedado maltrecha, al menos en aquel entonces, debido al delirante trabajo de los cuatro años precedentes. Cuando la obra de un hombre ha brotado de él como lava ardiente durante casi cinco años, cuando todo, incluso lo superfluo, se ha moldeado con fuego y pasión incandescente, con las propias energías creadoras al rojo vivo, es muy difícil convertirse de pronto en frío cirujano, en implacable extirpador [...]. Pero tenía que aprender la amarguísima lección a la que debe someterse quien quiera escribir: que un fragmento puede ser por sí mismo la más perfecta obra que uno ha escrito jamás y sin embargo no encajar en absoluto en el manuscrito que se pretende publicar. Esto es muy duro, pero hay que afrontarlo, y nosotros lo afrontamos. Todo mi ser se conmovía con la sangrienta mutilación. Se me encogía el alma viendo la carnicería de tantas cosas hermosas en las que había puesto el corazón. Pero había hacerlo, y lo hicimos. El primer capítulo del original, un capítulo que el propio editor consideró como uno de los mejores que he escrito, fue implacablemente suprimido debido a que no era un verdadero comienzo, sino como mucho un preámbulo que retrasaba el auténtico inicio; suprimido, por tanto. Y así ocurrió a lo largo del resto. Capítulos de cincuenta mil palabras fueron reducidos a quince mil o diez mil; y, habiendo aceptado la imperiosa necesidad de recortar, al final llegué a una especie de insensibilidad y en un par de ocasiones yo mismo procedí a más cortes de los que mi editor estaba dispuesto a consentir". Thomas Wolfe. "Estoy copiando, corrigiendo toda la parte de Bovary. Me escuecen los ojos. Querría, de un solo vistazo, leer esas ciento cincuenta y ocho páginas y resumirlas con todos sus detalles en un único pensamiento. Dentro de ocho días contando desde el domingo, releeré todo a Bouilhet y al día siguiente o al otro, me verás. ¡Qué perra es la prosa! Nunca se acaba; siempre hay algo que rehacer. Sin embargo, creo que puede obtener la consistencia del verso. Una buena frase en prosa debe ser como un buen verso, insustituible, igual de rítmico, igual de sonoro. Esa es, al menos, mi ambición (estoy seguro de una cosa, y es de que nadie ha imaginado jamás un modelo de prosa tan perfecto como el que yo concibo; pero en lo relacionado con la ejecución, ¡cuántas flaquezas, Dios mío!). Tampoco me parece imposible conceder al análisis psicológico la rapidez, la claridad, el arrebato de una narración puramente dramática. Nunca ha sido intentado y sería hermoso. ¿Lo habré conseguido un poco? No lo sé. Actualmente no tengo una opinión clara sobre mi trabajo". Gustav Flaubert. "En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo de una novela que durante muchos años había ido tomando forma en mi cabeza. Sentí por fin haber encontrado el tono y la atmósfera tan buscada para el libro que pensé tanto tiempo. Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones a las que debo Pedro Páramo. Fue como si alguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules. Al llegar a casa, después de mi trabajo en el departamento de publicidad de la Goodrich, pasaba mis apuntes al cuaderno. Escribía a mano, con pluma fuente Sheaffers y en tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el hilo pendiente del pensamiento al día siguiente. En cuatro meses, de abril a agosto de 1954, reuní 300 páginas. Conforme pasaba a máquina el original destruía las hojas manuscritas. Llegué a hacer otras tres versiones que consistieron en reducir a la mitad aquellas 300 páginas. Eliminé toda divagación y borré completamente las intromisiones del autor. Arnaldo Orfila me urgía a entregarle el libro. Yo estaba confuso e indeciso. En las sesiones del centro, Arreola, Chumacero, la señora Shedd y Xirau me decían: "Vas muy bien". Miguel Guardia encontraba en el manuscrito sólo un montón de escenas deshilvanadas. Ricardo Garibay, siempre vehemente, golpeaba la mesa para insistir en que el libro era una porquería". Juan Rulfo (sobre Pedro Páramo). |2015-04-29 | 08:49 | escritura | Este post | | Tweet
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